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RADIO EL MUNDO DEPORTES: Albeiro Usuriaga, “El Palomo”, era gigante. Tenía las piernas largas y fuertes, el cuello estirado y los brazos macizos. Cuando debutó, en 1986, en América de Cali, quienes lo vieron no pudieron evitar sentir un subidón de adrenalina.
Era ágil, rápido y muy fuerte, pero lo más extraño era que, pese a su gran estatura, era un jugador muy difícil de detener en el uno contra uno, era creativo y vistoso, y muy entregado a la gambeta y a la fantasía del engaño y la provocación.
No hacía goles fáciles ni ordinarios. Sus goles, casi todos, eran siempre fruto de la mágica velocidad de sus ideas, siempre determinantes.
Cuando empezó a jugar, nadie imaginaba que tendría una carrera tan fructífera, ni que jugaría en el extranjero.
Solo los que lo conocían de verdad creyeron que algún día sería merecedor de cánticos y coros; porque “El Palomo” no era solo un gran jugador, era un jugador inteligente.
Lo que dice Maturana del “Palomo”
Entendía el juego, no solo participaba en él, ni lo practica a medias, él lo diluía en su materia gris, lo desmenuzaba y lo analizaba con una rapidez única. “A Albeiro le gustaba entrar de cambio. No le gustaba empezar de titular. Él me decía que mientras estaba sentado en el banquillo analizaba el partido y encontraba el rotico por el cual iba a hacer daño, y a mí me pareció un gesto sublime de inteligencia”, dijo Francisco Maturana cuando le preguntaron por Usuriaga, al que, además, consideraba el mayor ídolo colombiano que viajó a jugar a Argentina.
“El Palomo” no solo fue el primer jugador colombiano en fichar para un equipo español, el Málaga en 1990, sino el primero en marcar allí. Fue el que abrió las puertas, el que levantó la mano desde la penumbra, desde la oscura y olvidada Colombia, marginada e ignorada por el fútbol europeo.
Jugó en quince equipos, casi el mismo número de años que estuvo activo como jugador, diecisiete. Vistió dos veces la camiseta de América de Cali, con la que ganó la Primera A en dos ocasiones; ganó la Copa Libertadores con Atlético Nacional en 1990, dejando tras de sí unas actuaciones casi divinas; y ganó con el Club Atlético Independiente la Supercopa Sudamericana y la Recopa Sudamericana.
Pero hubo un momento de su carrera que fue determinante, un hito que lo puso de forma invariable e incuestionable en la historia del fútbol, el momento que lo elevó a su estado de eterna inmortalidad futbolística. Cuando la selección de Colombia, desesperaba, más necesitaba un héroe, cuando buscaba volver a una Copa del Mundo luego de 28 años de larga y asfixiante espera, apareció él con su estilo errático.
Agarró el balón en el partido de ida contra Israel, en el repechaje, el 14 de octubre de 1989, en el segundo tiempo, y luego de sortear a un rival, como si se tratara de un obstáculo inanimado, disparó al arco y marcó el gol que le dio a Colombia el pase al Mundial de 1990, al que, por cierto, no fue invitado.
El trágico final de Usuriaga
“El Palomo” vestía de rojo, andaba en un carro rojo y sus equipos, casi siempre, vestían de rojo; y algunos incluso dicen que cuando gambeteaba una estela roja quedaba dibujada tras sus pisadas, pero esa mágica constelación que lo perseguía en el campo no lo salvó de derramar su sangre en un local comercial que solía frecuentar en el barrio 12 de octubre, de Cali, donde vivía, el 11 de febrero de 2004.
Dicen que todo pasó en un lapso de 30 minutos, que a las 7:00 p.m. Albeiro se encontraba jugando a las cartas, y que en menos de un segundo ya no pudo sostenerlas con su mano derecha. Fue demasiado rápido. Se escuchó el motor de una moto rugir cerca, demasiado cerca, y a un sujeto bajando con demudada tranquilidad del vehículo encendido.
El hombre agarró su arma, identificó al “Palomo”, de 1,92 metros de estatura, y le disparó trece veces sin remordimiento ni culpa. Albeiro murió de inmediato, sin poder decir si fue gracias a su actitud protectora o a su corazón enamoradizo.
Carmen Usuriaga, su hermana, le contó al Expediente Final, que quizás lo mataron porque él nunca aceptó que al barrio vinieran a robar o a matar; mientras que, circula, a modo de mito, la versión de que lo mataron por haberse enamorado de la novia del jefe de una banda criminal caleña llamada Molina.
Sin embargo, cualquiera que fuera la razón, no lo vale. Ese día el fútbol perdió un gran mensajero y el barrio 12 de octubre de Cali vio partir a un héroe.