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Ringo Bonavena, gloria y ocaso de un gigante que puso de rodillas a Muhammad Ali

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RADIO EL MUNDO DEPORTES: Oscar Bonavena fue el mayor exponente del peso pesado en Argentina. Logró pelear en lo más alto del boxeo mundial y en una noche trágica en Estados Unidos, lo mataron de un disparo en el corazón.

RADIO EL MUNDO DEPORTES: Oscar Ringo Bonavena no tenía estabilidad: era el sexto asalto y sus pies planos se movían de manera tan irregular como su cansado cuerpo que buscaba romper esa “montaña de color”. Esa mole se llamaba Cassius Clay, quien, después de ser campeón del mundo, se hizo llamar, por su conversión musulmana, Muhammad Ali. El mejor boxeador de los pesos pesados de la historia. Fue un segundo, un golpe, en donde la montaña se derrumbó y, por unos pocos instantes, lo tuvo al mejor de todos los tiempos arrodillado a sus pies.

Victoria sin peligro, triunfo sin gloria – Oscar Ringo Bonavena

El pibe de Parque Patricios soñaba con jugar al fútbol en su querido Huracán, como Vicente, uno de sus hermanos. Él era el sexto, el cuarto varón de nueve que vivían en la casa de los Bonavena. El padre, Vicente Bonavena, era un conductor de tranvía y su mamá, Dominga Grillo, era empleada doméstica.

Algunos historiadores del barrio cuentan que “Titi”, como le decían a Ringo en Parque Patricios, era socio de San Lorenzo y practicaba pesas, boxeo y natación en el club de Boedo, pero narran que un día, desde el trampolín más alto, orinó la pileta y después se lanzó al agua. Desde ese momento, por decisión del club, el pequeño Ringo nunca más pisó las instalaciones del “Ciclón”.

Amante del fútbol y del “Globo”, era un asiduo asistente a las tribunas del estadio de Huracán, el Tomás Ducó, donde hoy hay una estatua en su honor. Ringo siempre fue bravucón, pero también era conocido por su enorme corazón, lo que lo hacía una persona muy querible por todos los que lo conocían.

El sueño de ganar el mundo con sus puños

El joven Oscar integró en 1963 el equipo nacional en los Juegos Panamericanos de San Pablo, en Brasil. No había aprendido a perder; no le gustaba. Él peleaba con el corazón, y así lo hizo desde los 8 años, cuando su mamá, Doña Dominga, lo llevaba al hospital Rawson a tratarse los pies planos que no lo dejaban jugar a la pelota. 

Cayó dos veces ante el estadounidense Lee Wallace Carr, a la tercera se levantó y con impotencia lo mordió en la tetilla izquierda. Pero no eran las calles del barrio: lo sancionaron y sus sueños de ir a los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 quedaron en Parque Patricios.

Ese mismo año, sancionado en el país, se fue a Estados Unidos, y apenas pisó el suelo “yanqui” quedó fascinado. Debutó como profesional el 3 de enero de 1964 y ganó por KO a Louis Hicks en el Madison Square Garden de New York. Allí comenzó una serie de ocho victorias consecutivas, siete por la vía rápida. Nacía un mito.

El arte de la autopromoción

En Estados Unidos, Ringo aprendió de marketing personal: supo cómo mostrarse, no pasaba nunca desapercibido y tenía un carisma que lo ayudaba. Se codeaba con todo el mundo: desde la barra de Huracán, las vedettes de la época y presidentes. Él se mostraba con todos y todos querían mostrarse con él.

Después de meses de provocarlo, en septiembre de 1965, tuvo la posibilidad de enfrentar a Gregorio Manuel Peralta y, tras una clara victoria, obtuvo la única corona en su vida: ganó el título argentino de los pesados con un récord de asistencia en el Luna Park, donde, incluso, más de 5000 espectadores quedaron en la puerta del mítico estadio. Pocos días después, Ringo, apodado así en Estados Unidos cuando una fanática de Los Beatles lo confundió con el baterista, cumplió 23 años.

El boxeador ganó muchísimo dinero, actuó en películas, participó en obras de teatro y lo invitaban a todos los programas de televisión y radio. A pesar de tener una voz aflautada, grabó un disco y vendió 40.000 placas, e incluso conoció al mismísimo Elvis Presley. Se vestía como un caballero, usaba solo perfumes importados, manejaba un Mercedez Benz y vivía en una suite del Hotel Alvear. La vida de una estrella. Pero Bonavena hacía todo eso con un objetivo: pelear con los grandes de la categoría.

Bonavena escaló en el ranking mundial y logró posicionarse para buscar disputar el título pesado de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), que estaba vacante. El sábado 20 de abril de 1968 noqueó en tres rounds a Lee Carr, ante quien fue descalificado como amateur cinco años atrás, y el sábado 6 de julio venció en decisión mayoritaria, tras 10 rounds, a Zora Folley.

Finalmente, el martes 10 de diciembre de 1968, en el Spectrum de Filadelfia, Ringo tuvo su oportunidad por la corona mundial frente a Joe Frazier, pero cayó en 15 asaltos, por fallo unánime.

La pelea del siglo ante el mejor de todos los tiempos

El lunes 7 de diciembre de 1970 el gran Ringo enfrentó en el Madison Square Garden de Nueva York a Muhammad Ali. Bonavena demostró un enorme coraje, emocionó a todos con sus movimientos tambaleantes buscando romper una roca con sus puños y, en el sexto, puso a Cassius Clay a sus pies y el país entero vibró en pantallas blanco y negro lo que parecía un milagro.

Fue tan solo un momento. Alí se respuso y dominó el resto de la pelea imponiendo toda su calidad. El argentino soportó estoico hasta que no pudo más, y cayó tres veces en el último round hasta que el combate terminó. Muhammad Alí reconoció públicamente que esa pelea fue una de las más difíciles de su carrera.

Posteriormente Ringo sufriría otras dos derrotas, también en Estados Unidos, frente a Floyd Patterson y Ron Lyle. Después de eso, comenzó el ocaso. Joe Conforte, dueño de un burdel, compró su contrato y se convirtió en su nuevo manager y, tal vez, en su verdugo.

El burdel, la mafia y la muerte

El 26 de febrero de 1976 le ganó por puntos al estadounidense Billy Joiner. Fue su última pelea y, su récord profesional, fue de 58-9-1 con 44 Ko. Esa pelea, según contó su esposa Dora, le dio mucha tristeza. “Comían y se reían mientras peleábamos; estábamos de fondo en un circo”, habría confesado a la que todavía era su esposa y la madre de sus dos hijos, que se encontraba en Argentina.

Joe Conforte, su nuevo manager, era dueño del Mustang Ranch, uno de los burdeles más populares de Las Vegas. Allí fue asesinado Ringo el 22 de mayo de 1976.

Conforte tenía un acuerdo comercial con su esposa, Sally Burgess. Seguían casados, pero cada uno tenía su propia vida. Sally estaba muy allegada a Ringo, y fue ella quien protegía al argentino de la antipatía que crecía en su marido.

En una de las tantas fiestas que se realizaban en el lugar, Ringo habría mencionado al Mustang Ranch como de su propiedad por su relación con Sally, y esto fue el límite para Conforte.

La trágica noche comenzó con una fiesta en el Mustang Ranch. Hubo mucho alcohol. Ringo se fue de la fiesta hacia un casino. El boxeador estaba muy borracho, y mientras jugaba recibió un llamado donde lo provocaban. Bonavena no podía ignorar una provocación: seguía siendo el bravucón de Parque Patricios, el que entrenaba corriendo en la arena del hipódromo para que los pies no le dolieran tanto.

Volvió al Mustang Ranch y un disparo en el pecho de Willard Ross Brymer, un guardaespaldas de Conforte, lo derribó por última vez. No estaba en el ring: estaba en una calle de Nevada, en la puerta de un burdel, con camisa roja, jeans y botas tejanas. Buscó el peligro, pero no obtuvo la gloria.

Oscar Ringo Bonavena tenía 33 años cuando murió. Fue velado en el Luna Park, asistieron casi 150.000 personas y sus restos descansan en la Chacarita. Para muchos fue el mayor referente de los pesados de Argentina. Solo pudieron derribarlo con un impacto en su corazón, el motor de todas sus hazañas.

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